miércoles, 19 de diciembre de 2012

El educador y el médico


El educador y el médico (1)

Existe, sin duda, una estrecha relación entre la educación y  la salud; sin embargo, hay diferencias sociales profundas entre los médicos y los educadores. La mayor consideración social del médico que del educador, radica probablemente en que esta humanidad -debido a su nivel de evolución- se ha  identificado más con su cuerpo que con su mente y su espíritu. En nuestra mentalidad actual, el médico se ocupa de nuestro cuerpo físico, atiende a nuestra salud externa, mientras el educador tiene encomendada la tarea de nuestro desarrollo mental y emocional. Pero esto es debido a esa división cartesiana y mecanicista del hombre en cuerpo y mente, como dos realidades totalmente diferentes, hoy superada por la ciencia moderna.

No obstante, el verdadero médico no ha actuado nunca exclusivamente sobre el cuerpo físico, sino también sobre la mente y el espíritu, porque ha habido siempre un conocimiento consciente o inconsciente de que el cuerpo y la mente pertenecen al mismo ser y son totalmente interdependientes. Hoy es un hecho confirmado por la ciencia moderna, por lo que tanto el médico como el educador han de ocuparse de la persona integral. A pesar de ello, de aquel viejo lema “mens sana in corpore sano”, podríamos decir que, hoy en nuestro mundo, el educador se ocupa más bien de la mens sana, y el médico, del corpore sano.

Ha llegado, pues, el momento en que la consideración social del educador se acreciente, sin que disminuya la del médico, pues ambas profesiones son las más necesarias e imprescindibles si deseamos vivir en una sociedad sana, libre y responsable, como pretendemos aquí. Son dos profesiones a las que no debiera acceder cualquier persona, ya que exigen unas capacidades y unas disposiciones determinadas, que podemos llamar vocación, inclinación o de otra manera, pero que se caracterizan -ante todo- por haber descubierto una dirección llena de sentido. Ese es el sentimiento de la vocación, según M. Ferguson.

Aquí vemos, nuevamente, una mayor marginación social del educador que del médico, pues, mientras para ser médico se requieren unas ciertas dotes o capacidades (reflejadas desgraciadamente sólo en unas calificaciones altas), para ser educador, se cree que sirve cualquiera que haya superado la calificación más baja. Así ha sido en casi todos los países de Europa hasta época reciente, en que se ha incrementado -en algunos de ellos- la consideración social del educador.

Veamos un ejemplo bien clarificador de cuanto exponemos. Para ser médico -de niños o de mayores- hay que pasar necesariamente, con toda lógica, por la facultad de medicina y ser licenciado; para ser educador, si es de niños, basta con ser diplomado. Así ha sido, hasta hace poco tiempo, en casi toda Europa, y en España se comienza, todavía ahora, a corregir este craso error educativo y social de consecuencias tan nefastas.

Los métodos utilizados por el médico y el educador convencionales han sido semejantes. El médico ha tratado con enfermedades, no con enfermos. El educador ha tratado con grupos de alumnos, sin descender a cada uno en particular. La nueva medicina y la nueva educación se dirigen, en cambio, a la persona humana en particular y en su totalidad. En ellas, toda terapia y toda educación tienen como objetivo fundamental el conocimiento del individuo, sus características individuales, sus potencialidades. Lo cual exige un cambio profundo en la metodología del terapeuta y del educador.

“El punto decisivo -dice Jung- es que yo, como hombre, me enfrento a otro hombre”. Se trata, en ambos casos, de penetrar en el horizonte del alma humana, para lo cual se requiere una formación muy amplia, más allá de los estudios oficiales y específicos de la medicina o de la educación, y ante todo un buen conocimiento de sí mismo. En este sentido, tanto el terapeuta como el educador no terminan nunca su formación porque están aprendiendo, cada día, con su experiencia directa, pero el sentido de responsabilidad, la entrega y el amor al ser humano individual les llevan a curar y a educar por simpatía aunque su formación no se haya completado.

Por eso, Jung, ese hábil y profundo psicólogo y psicoterapeuta, afirma: “El psicoterapeuta no debe comprender sólo al paciente; es igualmente importante que se comprenda a sí mismo”, y más adelante cuenta que, en cierta ocasión, se le presenta un joven médico que quería ser psicoanalista, y Jung le dice: “¿Sabe usted lo que significa esto? Significa que debe primero conocerse a sí mismo. El instrumento es usted mismo. Si usted no está bien, ¿cómo podrá ponerse bien el paciente? Si usted no está convencido, ¿cómo podrá convencerles? Usted mismo es la auténtica materia prima”.

Una verdadera lección de praxis médica, que puede aplicarse al pie de la letra a la educación y al educador. Jung vivía plenamente su profesión de psiquiatra, de psicólogo y psicoterapeuta, pues lo era todo a la vez. Llegó a decir que sus pacientes le situaron tan cerca de la realidad de la vida humana, que no hubiera podido encontrar nada más esencial en sus experiencias. Al médico y al educador que no puedan afirmar lo mismo que Jung (que la experiencia con sus pacientes y con sus alumnos no les lleve a una mejor comprensión de la vida y del propio ser humano), les ha servido para muy poco sus respetadas profesiones. Podría ser interesante hacer esta pregunta con frecuencia tanto al médico como al educador: ¿Toma usted siempre en serio a sus pacientes, a sus alumnos?

 Otro aspecto característico del médico y del educador es que ambos necesitan ser, en buena medida, psicólogos, porque tratan con seres humanos, cuya mente y cuya alma son sus constituyentes esenciales. Seguimos con Jung, que dice: “Donde el paciente sufre es en el alma y, todavía más en concreto, en las funciones más elevadas y complejas de ella, que uno apenas se atreve a seguir adscribiendo al campo de la medicina. El médico tiene que ser, en este caso, también un psicólogo, es decir, un conocedor del alma humana”. Y en otro lugar, afirma: “Los médicos que no tienen ninguna experiencia de la práctica médica en psicología, experimentan dificultades para comprender lo que ocurre tan pronto como la psicología deja de ser una búsqueda perseguida por el sabio, en la tranquilidad del laboratorio, y participa activamente en la aventura de la vida real”.

Siguiendo con las diferencias sociales entre médico y educador, diremos que mientras se puede considerar a los médicos como los únicos o al menos los principales responsables de la situación de la salud, debido a su poder de control y de decisión, ya que ellos se consideran “los únicos capacitados para determinar lo que constituye una enfermedad y para escoger la terapia adecuada”, como dice F. Capra; los educadores, por su parte, tienen muy poco poder de decisión en materia educativa, y por tanto, no se sienten ni los únicos ni los principales responsables de la situación de la educación actual.

Resulta sorprendente y paradójico lo que dice Capra sobre la salud y otras patologías sociales de los médicos de hoy: “Tienen una actitud -afirma- y un modo de vida que resultan muy perjudiciales para su salud y generan una gran cantidad de enfermedades”, y dice que su esperanza de vida es entre diez y quince años menos que la del promedio de la población, y que el índice de alcoholismo, abuso de drogas y suicidios es muy elevado entre los médicos. Quizás no se pueda decir, felizmente, lo mismo de los educadores, salvo que el índice actual de baja laboral es de los más elevados debido a la conflictividad de los centros. Todo lo cual no deja de ser una señal clara de los fallos y las crisis de estas dos profesiones tan fundamentales en la sociedad.

Otra diferencia significativa entre el médico y el educador, que muestra un mayor prestigio profesional y social para el médico (o mejor, un desprestigio del educador), es la siguiente: El médico, después de sus estudios generales de medicina que le otorgan el título de licenciado, debe prepararse durante al menos dos años para desempeñar una especialidad; en cambio al educador, después de obtener su licenciatura, le basta un cursillo de unos meses vaciado de contenido pedagógico. Así ha sido, en España, hasta este momento en que se pretende llevar a cabo una preparación más eficiente para los profesores de Secundaria, mediante la realización de un Máster de Formación. Una vez más, para esta sociedad materialista, el cuidado del cuerpo ha tenido un mayor interés que el desarrollo de la mente y del alma. Sin embargo, la salud mental de una sociedad bien puede medirse por este termómetro: la situación profesional y social tanto del educador como del médico.

La necesidad, pues, de un cambio de paradigma en la salud y en la educación es necesaria y urgente. Nada hay más parecido a esta medicina convencional que esta educación convencional, pues ambas provienen del sistema patriarcal y de la visión mecanicista y materialista del mundo y del hombre.
(1) Se permite  el uso y la difusión de este documento citando su procedencia. Reservado por derechos de autor

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