domingo, 20 de mayo de 2012

La Carta de la Tierra en la educación



La Carta de la Tierra está siendo adoptada y utilizada por educadores alrededor del mundo en una gran diversidad de ambientes educativos – escuelas, instituciones de educación superior, así como en desarrollo comunitario y profesional. Educadores de Secundaria y universidad encuentran en la Carta de la Tierra un recurso útil para incorporar en los cursos que tienen que ver con temas como ética, ambiente, justicia social, desarrollo sostenible, globalización y relaciones internacionales. Los trabajadores comunitarios se han dado cuenta de que la Carta de la Tierra puede jugar roles importantes en concientizar a la gente acerca de los retos globales que enfrentamos y ayudarlos a evaluar su propia situación tomando  cursos positivos de acción.  Los maestros de escuelas primarias encuentran que la Carta de la Tierra es un vehículo de inspiración para que los jóvenes piensen positiva y creativamente acerca de su futuro.
La  educación es la clave para avanzar en cuanto a la transición hacia formas de vida más sostenibles.  Se necesita educación transformadora:  educación que se refiera a los cambios fundamentales que demandan los retos de la sostenibilidad.  Acelerar el progreso hacia la sostenibilidad depende reactivar relaciones de más cuidado entre los seres humanos y el mundo natural y facilitar la exploración creativa de formas de desarrollo más ambientales y socialmente responbles.  La Carta de la Tierra brinda un marco único para el desarrollo de programas y currículo educacional con miras hacia el aprendizaje transformativo para un mundo más justo, sostenible y pacífico.   

 -- La Carta de la Tierra (texto)
 -- Guía para usar la Carta de la Tierra en educación:

-- Otras pág. Web sobre la Carta de la Tierra:
     + http://earthcharterinaction.org/contenido/pages/Religion-y-Espiritualidad.html
     + http://earthcharterinaction.org/contenido/categories/Educacion

martes, 8 de mayo de 2012

El concepto de Dios en una nueva época




                     EL CONCEPTO DE DIOS EN UNA NUEVA ÉPOCA

            (Julio Ferreras*)

El concepto de Dios ha estado dominado por las enseñanzas de las iglesias y, en el mundo occidental, en especial, por la católica. Ha sido un concepto basado, desde el siglo cuarto, en un dios ídolo, es decir, inventado y adaptado a las exigencias y privilegios de una iglesia que se erigió, desde esa fecha, en la única intérprete de la vida y la muerte de los pueblos, en medio de una sociedad ignorante y empobrecida a la que era fácil engañar y someter. No entramos a considerar, aquí, las aportaciones positivas y negativas del catolicismo a la cultura y la civilización occidentales, que están a la consideración de cada uno. Lo que nos interesa resaltar es el cambio llevado a cabo, desde la época de la Ilustración, respecto a ese concepto unilateral de Dios, de las iglesias. Ese cambio no obedece más que al progreso científico, social y cultural de la propia humanidad. La sociedad actual, con todos sus progresos y retrocesos, es una sociedad que está pasando de su etapa de adolescencia a la adulta, con todo lo que ello significa y que es esencialmente diferente a aquella sociedad infantil de la edad media que vivía mediatizada y dominada por los poderes político y eclesiástico.
Cada época, de acuerdo con su idiosincrasia, su civilización y su cultura, tiene un concepto diferente del mundo y de la vida, y por ende, de Dios. El dios del hombre medieval era un dios trascendente, alejado de la humanidad, despótico, juez de la vida y la muerte, que premia a los buenos y castiga a los malos. El mismo proceso que experimenta el individuo -en relación con el concepto de Dios- desde la niñez hasta la adolescencia, es el que sigue, más o menos, la propia humanidad en su conjunto a lo largo de su historia. Así, el psicólogo y pediatra, A. Gesell, dice: “Un niño de cinco años puede creer que, cuando se cae, fue Dios el que le empujó. Es también este Dios el que empuja las nubes del cielo”. En cambio, el adolescente de dieciséis años -dice Gesell- “despliega una creencia más elevada en un Ser Supremo, pero no ha establecido aún una relación ininterrumpida con Dios. Lo concibe de distintas maneras: como una fuerza divina, como un gobernante que nos guía, como una fuerza personal ni hombre ni espíritu, o simplemente como un sentimiento”.
 Eso mismo ha ocurrido a la propia humanidad a lo largo de su historia. Su concepto sobre Dios ha ido cambiando desde su etapa infantil hasta su etapa adulta. E. Fromm lo describe con claridad, habla de los diversos factores que condicionan el concepto de Dios, y dice: “El otro factor es el grado de madurez alcanzado por el individuo”, y añade: “Al comienzo de la evolución, encontramos un Dios despótico, celoso, que considera que el hombre que él ha creado es su propiedad, y que tiene derecho a hacer con él cuanto quiera. Es esa la fase religiosa en la que Dios arroja al hombre del paraíso, para que no coma del árbol del saber y se convierta así en Dios mismo; es la fase en la que Dios decide destruir la raza humana mediante el diluvio”. E. Fromm dice que la humanidad, en su evolución, transforma a Dios, de un jefe despótico en un padre amante, y más tarde en el símbolo de los principios de la justicia, la verdad y el amor.
Pero la mayoría de la humanidad, según Fromm, ve aún a Dios como “un padre que me rescate, que me vigile, que me castigue, un padre que me aprecie cuando soy obediente…”, y añade: “Es notorio que la mayoría de la gente no ha superado, en su evolución personal, esa etapa infantil, y de ahí que su fe en Dios signifique creer en un padre protector -una ilusión infantil-. Esta sigue siendo la forma predominante, a pesar del hecho de que algunos grandes maestros de la raza humana y un pequeño número de hombres hayan superado ese concepto de la religión”.
¿A qué ha llevado ese concepto infantil de Dios, presente en las diversas confesiones religiosas? Lo dice Voltaire en su “Tratado sobre la tolerancia”, hablando del fanatismo religioso que, en su época, minaba Europa: “Se diría que hemos hecho voto de odiar a nuestros hermanos, ya que no somos capaces de amar y socorrer… Desde que los cristianos disputan sobre el dogma ha corrido la sangre, ya sea en los patíbulos ya en los campos de batalla, desde el siglo cuarto hasta nuestros días”.
Merece la pena conocer lo que algunos científicos modernos opinan sobre Dios. El genetista Francis S. Collins se pregunta: “¿Y qué es esta sensación de anhelo por algo más grande que nosotros mismos?”… “¿Por qué tenemos -dice- un vacío con la forma de Dios en el corazón y la mente, a no ser que tenga por fin ser rellenado?”. Quizás se deba a que el hombre busca generalmente a Dios fuera de sí, lo cual nos lleva a lo que decía Teilhard: “¿Por qué el Hombre, dado su poderío, ha de buscar un Dios fuera de sí mismo?”. Volvemos más adelante sobre lo que opina este científico jesuita.
P. Davies, en su libro “Dios y la nueva física”, habla del Dios utilitario o “la vieja trampa de atribuir a Dios cualquier cosa que esté fuera del alcance de la comprensión científica actual”, y añade: “Invocar a Dios como explicación general para lo inexplicable es convertir a Dios en amigo de la ignorancia. Si queremos hallar a Dios, debemos buscarlo a través de lo que descubrimos sobre el mundo y no a través de lo que no podemos descubrir. De todos modos, un Dios natural es mucho más plausible que un Dios sobrenatural”.
En cuanto a Einstein, habla del Dios del ingenuo y del Dios del investigador. El Dios del ingenuo -afirma- “es un ente en cuya solicitud se tiene esperanza y temor de su castigo -sublimado sentimiento de la relación entre padre e hijo-, un ente con el que se establece, en cierta medida, una relación personal”. En cambio, el Dios del investigador dice que está impregnado por la causalidad de todos los hechos. “Su religiosidad -sostiene Einstein- se apoya en el asombro ante la armonía de las leyes que rigen la Naturaleza, en la que se manifiesta una racionalidad tal que, en contraposición con ella, toda estructura del pensamiento humano se convierte en insignificante destello. Este sentimiento es la razón principal de su vida, y puede elevarlo por encima de la servidumbre de los deseos egoístas”. De todas formas, su concepto de Dios se arraiga -según él-  dentro de una creencia que está unida a un profundo sentimiento de la existencia de una mente superior que se revela en el mundo de la experiencia.
En los comienzos de un nuevo milenio, y después de los grandes avances de la ciencia, en todos los campos del saber humano, ha llegado el momento de que la humanidad supere ese concepto infantil de Dios como un ser personal, el venerable anciano de larga barba, que premia y castiga a los seres humanos según su comportamiento, un Dios trascendente, sobrenatural, alejado del hombre. En la era en que la ciencia y la religión están acercando sus posturas, como consecuencia de que la humanidad está llegando a su etapa adulta, probablemente tenga más sentido un nuevo concepto de Dios, el Dios natural e inmanente, presente en toda su creación, en todos los reinos de la naturaleza y en cada ser humano, lo cual confiere un sentido de responsabilidad y de liberación. O, en todo caso, quizás sea aún mucho más avanzada y sensata la actitud de Teilhard de unificar ambas tendencias, como vamos a ver.
Hablar hoy de Dios es hablar de la Energía o la Inteligencia Cósmica, el Cosmos, el Universo, lo Absoluto, la Vida, la Mente o el Amor Universal, el Geómetra o Maestro Constructor del Universo, el Logos griego o el Tao chino. En una palabra, el Innombrable. “¿Cómo puede Dios tener un nombre, si no es una persona ni una cosa?”, dice E. Fromm. El filósofo y psicólogo W. James, hablando de “otra dimensión de la existencia que no es la del mundo puramente sensitivo y comprensible, denominada la región mística o sobrenatural”, y a la que pertenecemos -dice- más que al mundo visible, afirma: “Designaré esta parte superior del universo con el nombre de Dios”. Y Teilhard de Chardin sostiene: “El Dios que nuestro siglo espera debe ser: 1.- Tan vasto y misterioso como el Cosmos. 2.- Tan inmediato y envolvente como la Vida. 3.- Tan ligado (de alguna manera) a nuestro esfuerzo como la Humanidad”.
Con esa clara visión de la unidad de la Vida que le acompañó siempre, Teilhard defiende la necesidad de unificar esas dos tendencias que dividen al mundo entre la defensa de un Dios trascendente y personal (presente en los cristianos y otras religiones) y un Dios inmanente e impersonal (más propio de la ciencia). Por eso, dice: “El Dios trascendente personal y el Universo en evolución no forman ya dos centros antagónicos de atracción, sino que entran en conjunción jerarquizada para levantar la masa humana en una marea única”. ¿Sería, pues, exagerado suponer que es posible conocer científicamente al Dios inmanente e impersonal y creer racionalmente en el Dios trascendente y personal, y que ambos son Uno, no dos seres diferentes?
Paul Davies dice que es posible imaginar una supermente que haya existido desde el origen de la creación. “No es un Dios -afirma- que ha creado todas las cosas por medios sobrenaturales, sino una mente universal que se extiende por el Cosmos y lo controla directamente, sirviéndose de las leyes de la naturaleza para alcanzar algún propósito específico”. Y el psiquiatra Victor E. Frankl, que pasó por los campos de concentración, afirma: “¿Quién puede decirnos a nosotros que no existe una inteligencia superior a la nuestra que comprende nuestro dolor?”
Esta idea de Dios que presenta la ciencia moderna es muy cercana al concepto de Dios del misticismo oriental. El mismo P. Davies hablando de Dios como la mente universal que se extiende por el Cosmos, añade: “La naturaleza es un producto de su propia tecnología y el Universo es una mente: un sistema auto-organizado que se observa a sí mismo. Nuestras propias mentes podrían considerarse entonces como islas locales de conciencia en un mar de inteligencia. Es ésta una idea que presenta rasgos de la concepción oriental del misticismo según la cual Dios es la conciencia unificadora de todas las cosas, conciencia por la cual la mente humana será absorbida, perdiendo su identidad individual, cuando alcance un nivel apropiado de desarrollo espiritual”.
Es un grave error, de toda la humanidad, que el término Dios haya estado casi siempre relacionado exclusivamente con las iglesias, cuando Dios pertenece a toda la humanidad. Es como si Beethoven o cualquier otro genio de la humanidad se relacionara siempre y sólo con su país de origen. El concepto de Dios, en las sociedades adultas, debe abandonar su vinculación casi exclusiva con los ritos y las ceremonias de las iglesias, para pertenecer tanto al fuero interno de cada individuo, como a la propia ciencia y a toda la humanidad.
En la “Filosofía Perenne”, de A. Huxley, se lee: “Si nos acercamos a Dios con la idea preconcebida de que El es exclusivamente el personal, trascendente y todopoderoso regente del mundo, corremos el riesgo de quedar enzarzados en una religión de ritos, sacrificios propiciatorios (a veces de la índole más horrible) y observancias legalistas”. Este legalismo ritualista -dice Huxley- puede servir para mejorar la conducta, pero hace poco por cambiar el carácter y nada por modificar la conciencia.
La ciencia, la filosofía y el arte han hecho probablemente más que las confesiones religiosas para que el hombre tenga un concepto de Dios acorde con las posibilidades y limitaciones que el propio hombre posee, mientras que las confesiones religiosas no han hecho, en la mayoría de los casos, más que especulaciones y conjeturas sobre Dios, y generar hostilidades y “guerras santas”. Así, la ciencia occidental, con sus investigaciones -sobre todo en el campo de la astronomía- ayudó a la humanidad a abandonar su etapa infantil al descubrir que la madre Tierra no era el centro del universo, sino un planeta entre otros. Y a lo largo del siglo veinte, los descubrimientos acerca de la base científica de la unidad de la naturaleza, están ayudando a proyectar la idea de una humanidad única en esencia, con todas las consecuencias que ello entraña.

Decálogo sobre Dios:
No hables nunca en vano sobre Dios  
-  Si Dios ocupa un lugar en tu vida, que no sobrepase la esfera de tu intimidad y del silencio
-  Los que hablan sobre Dios nada saben de Él. Sólo hablan de        un Dios inventado
Habla, en cambio, de hacer el mayor bien posible, y sobre todo hazlo, sin necesidad de apelar a nadie ni a nada fuera de tu alcance
-  Si no eres capaz de hacer el bien, tu Dios también es inventado
No es necesario creer en un Dios para hacer el bien. Los que dicen que creen en Él, han hecho tanto o más mal que bien
-  No digas si crees o no en Dios, porque Dios no pertenece al mundo de las creencias, sino de las vivencias
Dios no debería ser ninguna molestia en tu vida, porque entonces sigues pensando en un Dios inventado
Quizás un día -más o menos lejano- los hombres ya no hablarán de Dios, porque lo llevarán dentro de sí
El hombre suele hablar con frecuencia de lo que no sabe, pero un día reinará el silencio y el Dios del universo quizás se haga visible
   (De la reflexión sobre la frase del Maestro Eckhart “¿Qué estás parloteando acerca de Dios? ¿No sabes que todo lo que dices es falso?”)
 
* Se permite  el uso y la difusión de este documento citando su procedencia. Reservado por derechos de autor






domingo, 6 de mayo de 2012

Principios y valores fundamentales en la educación

Principios y valores fundamentales en la educación[1]
(Julio Ferreras)


Tener principios, valores, ideales, que hagan posible la convivencia en la tolerancia y el respeto, la colaboración, la justicia y la paz, es el comienzo de cualquier tarea educativa. Los principios y los valores están presentes -aunque en distintos grados- en todas las civilizaciones y culturas, y son los que sostienen la vida en una sociedad determinada. Por ejemplo, las Cuatro Nobles Verdades del Buda, los Diez Mandamientos, la Ley del Amor del Cristo o la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Una sociedad que pierde sus principios y sus valores comienza a degradarse y desintegrarse, lo cual trae el malestar y la desgracia a sus ciudadanos. Algo semejante está ocurriendo en el mundo moderno. Tal vez, por eso, el psiquiatra, terapeuta y conferenciante, David R. Hawkins, afirma que cada civilización está caracterizada por sus principios natos, y si éstos son nobles, la civilización tiene éxito, si son egoístas, se derrumba.
Por eso, la Nueva Educación, una educación integral y holística, defiende unos principios y unos valores humanistas y universales, que respetan los derechos humanos de todos los ciudadanos y pueblos del Planeta. El educador holístico, R. Gallegos Nava, señala, entre los principios de la educación holista, tres influencias principales en la base y posterior desarrollo de esta educación: los nuevos paradigmas de la ciencia, la filosofía perenne y las aportaciones de los grandes pedagogos de la humanidad.
Se dice que un principio es aquello que da vida al hecho de que el mayor bien ha de ser para el mayor número de personas. Por ejemplo, “un padre debe amar a sus hijos” y viceversa. Este principio elemental se quedaría corto para el ser humano si no hubiera otro superior, como “todo ser humano debe amar a sus semejantes, a los de su especie”. Pero esto, al fin y al cabo, también suelen hacerlo los animales, por lo que deberíamos llegar a otro principio aún superior, allí donde el hombre adquiere su máxima distinción y donde encuentra su propia esencia, por ejemplo, “el ser humano debe amar y respetar toda vida animal y vegetal, y sólo ha de dañarlas por motivos de supervivencia”. Ahora podemos comprender, mejor aún, la esencia de los principios y los valores. No son todos iguales, los hay más elementales y los hay superiores. Es una forma de diferenciar el nivel mental y de conciencia de las personas, los pueblos y las civilizaciones. J. Dewey dice que actuar por principios es actuar desinteresadamente, conforme a una ley general que está por encima de toda consideración personal.
En cuanto a los valores, dice el profesor G. de Landsheere: “Ninguna educación es posible sin centrarla en la noción de valor; la axiología constituye, entonces, la base esencial de toda pedagogía”, y afirma más adelante: “Los valores han de descubrirse y finalmente asumirse en la acción reflexiva y en la observación crítica, pero tolerante, del comportamiento de los demás, habida cuenta del contexto existente. Lo importante es llegar siempre a una conclusión flexible y abierta, pero efectiva”. Entre los valores, podemos diferenciar un grupo que resalta lo material y lo puramente personal, y otro que realza lo global y el bien común. No hay duda de que este último es superior, pero ambos son necesarios en la vida humana, a pesar de que -como dijo López Aranguren- “los valores morales se pierden sepultados por los valores económicos”.
“Educar a un niño es formar su carácter moral, enseñarle los (pocos) principios fundamentales e invariables aceptados por todos los pueblos del mundo”, dice el biólogo y físico P. Lecomte du Noüy. Y el intelectual y economista, E. F. Schumacher, afirma que la esencia de la educación es la transmisión de valores, algo más que meras fórmulas o afirmaciones dogmáticas. En cuanto a Einstein, habla de los ideales que iluminaron y colmaron su vida desde siempre: la bondad, la belleza y la verdad, y añade: “Las banales metas de propiedad, éxito exterior y lujo me parecieron despreciables desde la juventud”. En otro lugar, afirma que la función de la educación y de la escuela es ayudar al joven a formarse en un espíritu tal que esos principios fundamentales sean para él como el aire que respira. “Sólo la educación puede lograrlo”, asegura Einstein.
Uno de los primeros principios educativos es que “el educador ha de acercarse al mundo del educando”, y no al revés, como es el caso de la educación convencional. Todo verdadero educador tiene presente siempre que la educación consiste precisamente en adentrarse en el interior del niño para ayudarle a extraer de él lo mejor que contiene. Eso significa educar (de educere = sacar afuera, guiar desde el interior). Dirigirse al niño desde el mundo de los mayores para atraerle a nuestro mundo, es un grave error pedagógico. El niño y el adolescente no pueden conocer aún el mundo de los mayores, ni es el momento para ello; en cambio, el educador puede y debe conocer el mundo maravilloso del niño, y ahí debe centrar toda su acción educativa. Este principio está relacionado con el siguiente.
“Educar es sugerir, invitar, no imponer ni mandar”, principio desconocido e  incomprendido en la educación convencional, basada en la visión del mundo de la ciencia clásica, donde los niños son considerados adultos pequeños a los que se educa para hacerse mayores y según las premisas de los mayores. “Nada sabéis si sólo sabéis mandar, reprender y corregir. Todo lo sabéis si sabéis haceros amar”, escribió el teólogo francés F. Fénelon. Este principio sólo puede ser comprendido a la luz de la nueva ciencia y la nueva psicología, es decir, en la Nueva Educación, donde el niño tiene un valor en sí mismo como ser humano, que exige amor y respeto.
Así se reconoce hoy, en los principales Documentos Internacionales de Derechos Humanos. Es la educación que no se basa en prohibir, sino en desarrollar el sentido de responsabilidad personal. J. Dewey trae esta cita de Emerson: “Respeta al niño. Pero no seas demasiado padre. No violes su soledad… Respeta al niño, respétale hasta el fin, pero respétate también a ti mismo”. Y el psicólogo A. Maslow afirma, sobre el niño: “No podemos obligarle a desarrollarse, podemos tan sólo tentarle a hacerlo, ponérselo más al alcance de la mano… Sólo él puede preferirlo; nadie puede hacerlo en su lugar”.
Otro principio esencial, señalado por la mayoría de los educadores, es éste: “Toda educación ha de apoyarse en el verdadero conocimiento del ser humano”. Lo recuerda el psicoanalista P. Daco: “La misión de todo educador -dice- consiste en llegar al conocimiento de sí mismo, a la verdad y al equilibrio”. La importancia de este conocimiento exige un capítulo aparte. Este principio se convierte a la vez en un objetivo esencial de toda educación: ayudar al niño y al adolescente al difícil conocimiento de sí mismos.
“Aprender a corregir sin herir” es otro de los grandes principios, y probablemente uno de los más difíciles, pues exige al educador un buen autodominio y un gran conocimiento de sí mismo y de los demás, y en especial del niño. Una de las peores cosas que acepta todo ser humano es que le corrijan, en especial si no se procede de la manera adecuada y en el momento oportuno. Corregir sin herir exige amor, paciencia, tolerancia, comprensión y respeto. El educador debe tratar de modificar conductas y comportamientos concretos del niño, no corregir al niño en su totalidad, en su propia esencia, porque entonces el niño pierde la confianza en los mayores. Una cosa es corregir una conducta concreta porque es inadecuada, y otra cosa, corregir la persona del niño en su totalidad. Esto último lo hacemos, por ejemplo, cada vez que decimos “mi hijo es desobediente”, debido a  alguna conducta concreta de desobediencia. Hay que tener en cuenta que lo que no se consiga del niño, mediante el respeto hacia su persona y su libertad, no se conseguirá mediante la fuerza.
El educador ha de “huir de todo dogmatismo y estar abierto a todo”, ha de tener presente que todo es relativo, pues la verdad absoluta y objetiva no está al alcance del ser humano. Toda verdad es una verdad a medias, por eso decía Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Esta independencia y libertad de pensamiento no es nada fácil adquirirla; sin embargo, es una de las cualidades que ha de poseer todo educador. Es preciso, a la vez, que el educador huya de toda permisividad, tan peligrosa como el autoritarismo. La neuróloga Rita Levi-Montalcini, defensora de la importancia de la educación del niño, dice que ni el sistema autoritario ni el permisivo dieron los resultados esperados en la educación y la enseñanza, y habla de un nuevo sistema educativo, basado en un tercer principio: el “cognitivo”.
“Hay que educarse para educar”. Debido a una falta de investigación educativa y de consideración social de la educación, ésta parece ser un campo de todos, lo que equivale a afirmar que es un campo de nadie. Por eso, todo el mundo, todos los medios opinan sobre educación; todos creen que saben educar. Sin embargo, no se encuentran las soluciones a los problemas educativos, porque no se da la importancia debida a la necesidad de aprender a educar. Este es un principio esencial de la educación: la verdadera y difícil formación del educador. De ahí, la importancia de educar al educador, que señalan la mayoría de los autores.
Otro principio educativo es “enseñar a aprender” (o “aprender sobre cómo se aprende”, según otros), un eslogan de moda hoy, un proceso de descubrimiento sobre el aprendizaje, una toma de conciencia sobre cómo hay que aprender. Lo que parece indicar este principio es que la forma de aprender del lema “la letra con sangre entra”, memorística, teórica y superficial, no sirve en un nuevo paradigma del conocimiento, en que es preciso un aprendizaje más profundo y consciente, incluso acerca de las limitaciones humanas, una inteligencia que integre capacidades, destrezas, valores y actitudes.
El profesor de las Escuelas Waldorf, F. Carlgren, dice que la tarea más importante de la escuela no puede ser proporcionar conocimientos de por sí, sino el arte de enseñar a aprender. No es esto lo que se ha llevado a cabo hasta ahora en las escuelas. Por eso, dice M. Ferguson: “¿Cómo es que nuestros niveles de aprendizaje y de realización son tan mediocres? Si somos tan ricos, ¿por qué somos tan poco inteligentes?”, y añade: “Esa es la dolorosa paradoja humana: un cerebro dotado de infinita plasticidad y capacidad de auto-trascendencia, pero igualmente susceptible de ser entrenado para observar una conducta autolimitadora”.
Ligado a este principio podría ir este otro: “Primero hay que aprender y después juzgar”, señalado por el polifacético R. Steiner, o “antes de hablar hay que poseer conocimiento”. Steiner afirma que para llegar a la madurez en el pensar es preciso haber aprendido a respetar lo que otros dicen, y que el intelecto, en el niño, no ha de intervenir hasta después de que hayan hablado todas las demás facultades anímicas. Esta norma de aprender antes de hablar, ha estado siempre presente en todas las escuelas esotéricas, donde el neófito estaba obligado a permanecer en silencio durante largo tiempo, con la finalidad de aprender y reflexionar antes de hablar.
Otro principio educativo a tener en cuenta es que “el educador enseña con su ejemplo, no con lo que dice”. Así lo señalan diversos autores. “El ejemplo corrige mejor que las reprimendas”, dijo Voltaire. Einstein recuerda que el único medio racional de educar es dar ejemplo, y el profesor y político, Jean Jaurès, escribió: “No se enseña lo que se sabe ni lo que se dice, sino lo que se hace”. De ahí el dicho “las palabras vuelan, los ejemplos arrastran”. La sabiduría de este principio ha de estar siempre presente en la mente y la vida de todo educador.
En la Nueva Educación, existe otro principio fundamental: “Enseñar deleitando” que, debido a su importancia, lo tratamos aparte, y -como decimos allí- es la antítesis de “La letra con sangre entra”, defendido y practicado por la educación convencional.
La edad ideal para interiorizar estos valores y principios es la infancia y la adolescencia. Si no se adquieren en estas etapas, después -en la edad adulta- es demasiado tarde para interiorizarlos, y sin ellos el hombre se situará con mucha frecuencia no sólo al borde de la ley, sino de la ética y del peligro. Cuando los seres humanos sean educados, según los principios y valores de la Nueva Educación, se convertirán, de súbditos, en ciudadanos responsables y libres. Entonces tendrá lugar el nacimiento de una nueva sociedad, donde los derechos humanos contenidos en la Declaración Universal serán respetados por todos, generando una nueva atmósfera social y una nueva forma de hacer política, basada ésta no en la competitividad, el enfrentamiento y el beneficio personal, sino en la colaboración y el bien común. Pero esa nueva educación y esa nueva sociedad están ya presentes en las mentes y en las vidas de algunos ciudadanos del planeta.


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martes, 1 de mayo de 2012

Objetivos de la Nueva Educación

Objetivos de la Nueva Educación[1]
(Julio Ferreras)

Las declaraciones, convenciones y pactos internacionales sobre educación expresan su objetivo más o menos en estos términos: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Así reza el art. 26.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y también el 27.2 de la Constitución Española.
“El desarrollo de la personalidad” es, pues, un objetivo primordial de la educación. Así, Jung dice: “La educación de la personalidad se ha convertido hoy en un ideal educativo opuesto a ese hombre estándar, colectivo o normal que exige el carácter de masa”. Este objetivo va unido a este otro: la formación del carácter, pues la personalidad y el carácter definen a los seres humanos. Son objetivos de toda educación señalados frecuentemente por los autores. Nos recuerdan la importancia del carácter, estos dichos: “preocúpate más de tu carácter que de tu fama, pues tu carácter es lo que tú eres de verdad, mientras que tu reputación es sólo lo que otros piensan que eres”, y “el que siembra un carácter recoge un destino”.
Este desarrollo de la personalidad y del carácter forma parte del desarrollo integral del ser humano, del que hablan casi todas las leyes de educación sin ponerlo en práctica. Para ello, es preciso “encaminar al individuo hacia su propio conocimiento y a su despertar interno”, uno de los objetivos fundamentales de la Nueva Educación, lo cual demanda una mayor atención de todas sus naturalezas: física, instintiva, emocional, mental y espiritual. Sin este conocimiento, el ser humano no puede realizarse ni como ser individual ni como ser social. Por eso, dedicamos un capítulo del libro al conocimiento del hombre. El educador, escritor y conferenciante británico, Ken Robinson, habla de tres objetivos en la educación, y afirma: “El tercer gran objetivo es personal… una de las cosas que esperamos de la educación es que nos ayude a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos; que nos ayude a descubrir nuestros talentos, nuestras destrezas. Y creo que la educación ha fracasado estrepitosamente en ese sentido, puesto que muchos acaban sus estudios sin descubrir lo que se les da bien, sin averiguar jamás sus talentos”.
 “Lograr un mayor desarrollo de la mente humana” es también otro objetivo esencial de la Nueva Educación, derivado del anterior. Es preciso desarrollar todas las facultades mentales, no sólo la razón, sino también el discernimiento, la imaginación, la creatividad, la intuición, e incluso la conciencia. El hombre es un ser mental, y la mente es el mayor poder del universo. La mente humana es la gran desconocida; por eso, se dice que sólo hacemos de ella un uso aproximado del diez por ciento de sus posibilidades. El futuro de la humanidad está en el uso que haga de la mente y del nivel de evolución de su conciencia.
La Declaración de Chicago sobre Educación habla, en su principio VIII, de la educación global, de que cada uno de nosotros es un ciudadano del mundo, y dice que uno de los objetivos de la educación global es abrir las mentes. Para Krishnamurti, uno de los más grandes educadores del siglo XX, la verdadera educación exige “generar un cambio en la mente”, y habla de la necesidad de desarrollar una mente científica que se interesa por los hechos y una mente religiosa que no pertenece a ninguna secta, a ningún grupo, religión o iglesia organizada.
Un objetivo básico de la Nueva Educación es “hacer hombres libres y responsables”,  guiar al ser humano hacia su propia independencia, un objetivo tan difícil y doloroso como el anterior, debido a las múltiples ataduras y miedos de todo tipo que envuelven al ser humano. Pero en eso consiste la verdadera educación, en liberarle de esas ataduras, de toda traba mental y social, de todos los miedos, y hacerle responsable de su propia vida y de la del planeta. Por eso, para el educador y pedagogo, P. Freire, alfabetizar era sinónimo de concienciar, liberar al analfabeto de su conciencia oprimida y del miedo. Toda educación es para Freire implícitamente liberadora.
Es preciso implantar un sistema educativo que desarrolle, desde el principio, la responsabilidad personal de los estudiantes, ofreciéndoles las oportunidades de expresarse por sí mismos, y no darles un currículo como un sistema cerrado, sino totalmente abierto en el que ellos puedan participar. Einstein señala como una de las metas del ser humano “alcanzar el desarrollo libre y responsable del individuo, de modo que sea capaz de poner sus energías libre y alegremente al servicio de toda la humanidad”.
“Dar a conocer a los niños y adolescentes la existencia de la dualidad”, un hecho esencial de la naturaleza y de la vida bastante desconocido, es también uno de los objetivos de la Nueva Educación. Ayudarles a integrar, a nivel de la personalidad, los diferentes pares de opuestos: la salud y la enfermedad, la verdad y el error, el bienestar y el dolor, el éxito y el fracaso, el bien y el mal. Aceptar estos hechos y comprenderlos, tal y como son en la vida y la naturaleza, y saber que podemos aprender tanto de uno como de otro, esta educación lleva al niño a vivir en el equilibrio, la equidad, la tolerancia y el respeto, y en una convivencia pacífica.
“Educar para participar y colaborar, no para competir y rivalizar”. Esa es la diferencia entre la Nueva Educación y la educación convencional. Competir sin el expreso deseo de ganar y obtener beneficios a toda costa y sin escrúpulos, aceptando unas reglas de juego limpias e iguales para todos, puede ser bueno e incluso conveniente; pero, en el fondo, esta forma de competir probablemente se acerque más a la participación y la colaboración. De todas formas, la dura y salvaje competencia, inhumana  y cruel, a la que asistimos hoy en casi todos los ámbitos de la sociedad, es una de las causas de la mayoría de enfrentamientos, conflictos y frustraciones que padece la humanidad, originados principalmente por la conciencia de separatividad y de enemistad en que viven los pueblos. La Nueva Educación trata de educar para la participación y la colaboración, en un clima de solidaridad y fraternidad, con una conciencia de unidad en un mundo cada vez más interdependiente e interrelacionado. Esto exige un trabajo en equipo, que ha de suplir al actual aislamiento de los alumnos en el aula.
  La verdadera educación pretende ayudar al niño a “encontrar su proyecto personal de vida”, a desarrollar todas sus capacidades y potencialidades, es decir, a su propia autorrealización. Si la educación no logra despertar en el niño y el adolescente lo que hay en su interior y a realizarse como ser humano, esa educación ha fracasado. La educación convencional ha tratado de crear ciudadanos iguales y autómatas, que respondan fácilmente a los requerimientos de los poderes dogmáticos dominantes. En cambio, la Nueva Educación intenta que cada persona se encuentre a sí misma, que desarrolle su propia individualidad y su independencia, lo cual es compatible con el sentimiento de unidad y de fraternidad. El psicólogo A. Maslow afirma: “La mejor cultura es la que satisface todas las necesidades básicas humanas y permite la autorrealización… Lo mismo puede decirse de la educación. En la medida en que promueva el desarrollo hacia la autorrealización, se tratará de una buena educación” .
Otros objetivos de la Nueva Educación son el desarrollo de la voluntad y de la creatividad en el niño, inculcarle el amor y el respeto a la naturaleza, a la vida y a la verdad, la alegría de vivir, la participación activa y responsable en todas las manifestaciones ciudadanas, desde la familia al colegio, el trabajo y la sociedad. Asimismo, es importante introducir en el adolescente la necesidad del pensamiento crítico que, si no aparece a esta edad, quedará frustrado.



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