miércoles, 28 de marzo de 2012

Lugar de la música en la educación general

Lugar de la música en la educación general[1]        
(Julio Ferreras)

            Conociendo el lugar que la música ha ocupado en la vida humana, comprenderemos el lugar que debe ocupar la educación musical en la vida de los niños y de todo ser humano. Los pitagóricos daban una gran importancia a la educación, cuyo objeto era conseguir la moderación y el dominio de uno mismo, imitando el orden y la armonía del universo, y la mejor forma de conseguirlo era a través de la música.
Romain Rolland, hablando de Goethe, recuerda la importancia pedagógica que atribuía éste a la música, considerándola como la base de la enseñanza (“Goethe y Beethoven”),  y el pedagogo y filósofo,  R. Steiner, hablando de la educación del niño en los siete primeros años y el desarrollo del sentido estético, dice: “El niño privado en esta época del cultivo beneficioso del sentido musical, se verá empobrecido para toda su vida ulterior”, y reitera más adelante: “Del cultivo del auténtico sentido estético emanan… el goce de vivir, el amor a la existencia, la energía para trabajar”, y dice que el niño “gracias a su sentido estético siente lo bueno como bello, y lo malo como feo”.
Esta alegría de vivir, en los niños, en su contacto con la música, es uno de los motivos para iniciar muy pronto  la educación musical, a la edad de tres o cuatro años, dice Willems, o en la cuna, dice K. Pahlen. Al contacto con la música -dice Jaques-Dalcroze- el niño experimenta una alegría profunda, de naturaleza superior, que es un nuevo factor de progreso moral, un nuevo instigador de la voluntad. Esta alegría -según Dalcroze- se diferencia del placer en que aquélla “se convierte en un estado permanente del ser; no depende del tiempo que hace ni de los acontecimientos que se producen; forma parte integrante de nuestro organismo… florece en las regiones escondidas de nuestro yo, en el jardín misterioso del alma”. Por eso, dice Descartes que la alegría es una agradable emoción del alma, y Platón defiende que la música da alegría y vida a todo.
El mundo de la música es probablemente la mayor fuente de alegría y de felicidad de que dispone la humanidad; de ahí su importancia en la educación y en la vida humana. “No creo que se pueda regalar nada mejor que música”, dice el Dr. B. Jensen. Por eso, quizás no sea exagerado afirmar que, pasar por la vida sin un contacto íntimo con la música, es una de las mayores carencias de lo humano. Entre otras razones, podríamos aludir al hecho de que la música, junto al amor y la naturaleza, es un medio idóneo para evocar en nosotros la parte más elevada y profunda de nuestro ser esencial y para adentrarnos en él, lo mismo que las sensaciones nos acercan al cuerpo físico o las emociones a nuestra naturaleza emocional. Otra razón podría ser las múltiples manifestaciones a favor de la música, a lo largo de la historia, de parte de artistas, filósofos, científicos, etc.
Volviendo a E. Willems, como buen educador, quiere dejar bien clara, desde el principio, la diferencia entre la educación musical y la instrucción o la enseñanza. “Aquélla -dice- es, por naturaleza, humana en esencia y sirve para despertar y desarrollar las facultades humanas”, y hace esta clara diferenciación: “Mediante la instrucción se informa, con la enseñanza se imparten conocimientos, con la educación se forma”. Señala también que el concepto de educación es más o menos moderno, por lo que hasta ahora lo que ha predominado es la instrucción o la enseñanza, y recuerda que ésta siempre viene de fuera, mientras la educación surge en nuestro interior.
Insiste asimismo -Willems- en el hecho de que “la música no está fuera del hombre, sino en el hombre”. Dice que, en la educación, todos los elementos… son considerados no sólo desde el punto de vista artístico sino, sobre todo, desde el punto de vista humano.. Por eso, declara: “Pocos educadores dominan la música desde un punto de vista humano”. Esta referencia a la relación entre la educación, la música y lo humano, acerca a Willems a la tesis del musicólogo y director de orquesta, Ernest Ansermet, cuando dice éste que la música es una expresión del hombre en tanto que ser ético, y a C. Fregtman, quien defiende que el artista no es más que un hombre, un hombre que no es sino custodio de la conciencia humana.
Jaques-Dalcroze, el pedagogo de la música que resalta la importancia del ritmo corporal, afirma: “Comienzo a soñar en una educación musical en la que el cuerpo desempeñara él mismo la función de intermediario entre los sonidos y nuestro pensamiento”. Es un gran defensor de la educación musical en las escuelas, en el mismo nivel que la enseñanza científica y moral, y se queja de la baja estima que la educación musical ha tenido en la sociedad, como consecuencia del desconocimiento musical de las autoridades, y lamenta que sean esas mismas autoridades las que decidan sobre todo lo referente a la enseñanza de la música.
K. Pahlen afirma que todos los educadores están de acuerdo en que la música ha de ocupar un sitio importante en la formación del niño, y cita a Confucio, Platón, Goethe, Pestalozzi, etc. Para Pahlen la educación musical ha de dotar al niño de sensibilidad, desarrollar su facultad de expresarse mediante la música, modelar su alma sensible, formar en él una conciencia de lo que es y debe ser el arte, acercarlo a sus semejantes, etc. La música -defiende Pahlen- es el vehículo ideal de la mutua comprensión entre los hombres y los pueblos. Por lo cual, dice que es preciso conceder a la música un lugar de privilegio en la educación integral. “La música no es una materia, una asignatura. Es parte de la vida misma, es la base de toda educación”, sostiene Pahlen.
Al hablar de educación musical, nos referimos precisamente a esa educación general en las escuelas, porque ése es su lugar natural, no a la enseñanza especializada de los Conservatorios y Escuelas de música. “La música es tan innata en el ser humano como lo es hablar y caminar”, dice K. Pahlen, como defensor de la educación musical en las escuelas. Esta educación ha estado marginada, en Occidente, hasta mediados del siglo pasado aproximadamente (y en España todavía más), debido sobre todo al predominio del intelecto y de lo material sobre lo afectivo, lo sensible y lo espiritual, que es el mundo interior propio de la música.
Una consecuencia de ello, como señala Willems, ha sido que, mientras otras disciplinas (como el dibujo, la pintura, el lenguaje, el cálculo, etc.) están más relacionadas con el tacto y la vista, como medios para desarrollar el intelecto, la música -en cambio- se relaciona más con la vida interior, a través del canal auditivo. El oído es la puerta de acceso al alma, dice Willems, mientras que el ojo es la puerta de acceso al intelecto.
Probablemente por eso, la vista ha sido considerada, en la ciencia clásica, como el sentido más importante, el que nos pone en comunicación con el mundo exterior material, mientras que el oído nos pone en contacto con nuestro interior. A causa de ello -según Willems- se descuidó, en Occidente, la receptividad y la educación musical. Así lo expresa también C. Fregtman: “En nuestra civilización del Oeste, la música es habitualmente considerada como un elemento exterior de la vida diaria; los instrumentos se han convertido en ornamentos que se cuelgan y descuelgan a voluntad en un rincón cualquiera”. Y Jaques-Dalcroze afirma que, cuando se enseña la música, es su lado externo y no sus cualidades emotivas y verdaderamente educadoras.
En nuestro país, esa marginación de la enseñanza de la música ha sido mayor, pues sólo recientemente, y en medio de ciertas dificultades e incomprensiones, ha comenzado esa enseñanza en los centros de educación general. Esta ausencia de una educación musical ha generado muchos prejuicios en nuestra sociedad con sus consecuencias tan negativas. El más habitual es probablemente el del tipo “yo no canto, porque si no, llueve”, queriendo indicar que -por naturaleza- fulano no tiene oído ni facultades musicales.
Pero no es eso lo que afirman los pedagogos de la música, ni la experiencia de Abreu en Venezuela, como hemos visto.  K. Pahlen dice que la existencia de tanta gente no musical o amusical no prueba que la naturaleza haya dotado de sentido musical sólo a unos pocos elegidos; prueba únicamente -afirma- la ineficacia de la enseñanza musical , o que no ha habido -podríamos añadir- ninguna educación musical. Llega a sostener Pahlen, en su libro “El maravilloso mundo de la música”, que todos los niños vienen al mundo con oído y voz, luego son musicales…, y añade que, cuando un niño no puede cantar, la mayoría de las veces es porque nadie se ha tomado suficientemente la molestia de enseñarle. Jaques-Dalcroze y Willems afirman más o menos lo mismo.
“Es el momento propicio para que la educación musical ocupe el lugar que le corresponde en todos los niveles de la enseñanza… Se necesita una mentalidad nueva… comprender que espíritu y materia forman una sola unidad, y el arte musical está en óptimas condiciones de demostrarlo”, afirmaba Willems hace más de treinta años, como verdadero precursor de la educación musical. Es necesario, pues, llevar a cabo una educación musical acorde con los conocimientos de la pedagogía musical moderna, desde Kodaly a Orff, y de Jaques-Dalcroze a Willems, cuya metodología reposa en el principio de que el estudio de la teoría sigue a la práctica.
Esta pedagogía tiene en cuenta, por un lado, la importancia de los elementos esenciales de la música, y en especial la melodía (el canto) y el ritmo; y por otro, la necesidad  de llevar a cabo una formación integral de la personalidad, lo que implica que la educación musical ha de educar no sólo el cuerpo físico y el oído (dado que la música es esencialmente sonoridad y movimiento), sino también las emociones, el temperamento y el carácter, y por supuesto, la vida mental y espiritual.




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